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HAY GENTE...

jueves, 10 de marzo de 2011.


Suelo ser generosa con mi vida, mis recursos y mis afectos. No sé si siempre doy con la tecla, si lo consigo pero conste que al menos lo intento con la mejor voluntad que tengo. Esa que a veces guardamos en el baúl de la buhardilla y que sólo sacamos a relucir cuando de alcanzar una meta importante, se trata. Bueno, pues eso. A esa voluntad de magnífica calidad, es a la que me refiero. Ese talante generoso y derrochón, me lleva a abrir las puertas de mi casa con cierta alegría a cualquiera que llama. Sí, incluso a las almas descarriadas que llaman por llamar, por pasar el rato, porque se aburren, sin ninguna intención de ser buenos, ni de compartir, ni de enriquecer. Y hete aquí, que este fenómeno de red social que se ha dado en llamar Facebook, se equipara a la casa de cada uno, en forma de adosado coqueto llamado “perfil”. No sé si os habréis planteado que cuando aceptamos la amistad de un desconocido, lo estamos invitando al salón de nuestro domicilio, lo sentamos en el mejor sofá y le servimos té, para que él, a su vez, se sirva revisando nuestras intimidades con toda libertad. ¿Y qué ganamos a cambio? Bueno, algunos, no pedimos ni esperamos nada, salvo respeto. Veo y leo a muchos compañeros que juegan en el mismo equipo; vaya, que piensan igual que yo. Pero también leo los comentarios que algunos “amargados de la vida”, se permiten dejar en sus muros. Pero ¿qué se han creído? ¿Con qué derecho critican sin conocer? ¿Por qué a cada comentario del anfitrión hay un metepatas que la fastidia con una bordería que ni siquiera viene a cuento? A ver cuándo se percatan, estos adoradores de la grosería, del sarcasmo barato, que se pueden meter su infelicidad por donde les quepa (si es que les cabe) y que los imbéciles que encima son cobardes y se parapetan tras un teclado en la seguridad de sus casas para insultar, faltar el respeto y ningunear a los que amablemente les han invitado a pasar, NO SON BIENVENIDOS.
Ánimo amiga. Y pasa de ellos!!
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domingo, 20 de febrero de 2011.
―¿Va a registrarme? ―se escandalizó ella. Las cosas se ponían feas, feas. Martín decidió intervenir. Se acercó al grupo con las palmas extendidas.
―Bueno, de acuerdo, has ganado. No era más que una apuesta ―aclaró con la mejor de sus sonrisas―. Esta chica tiene agallas, es valiente de verdad.
―¿De qué hablas? ―espetó la morena. Martín no se dejó intimidar por sus malos modos.
―Lo admito, no pensé que le echarías tanta cara. He perdido, me toca pagar el despertador. ¿Cuánto es?
La chica abrió desmesuradamente los ojos. Los ojillos del propietario de la tienda sonreían y el dependiente se estiró muy satisfecho de su sagacidad. Al final, la desconocida se rindió y sacó a la luz el despertador rosa.
―¿Lo ve? ―bramó triunfante el dependiente.
―No lo estaba robando ―rugió ella.
―En serio, no le miente, no era más que una estúpida apuesta. Aquí tiene, quince euros ―resolvió Martín.
El dependiente aceptó el despertador y el billete.
―¿Se lo envuelvo?
La chica morena recuperó el reloj de un zarpazo. Miró a Martín casi con odio y salió zumbando.
―Tiene muy mal perder ―la excusó él―. Y eso que esta vez ha ganado. Hasta otra.
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―Un instante, señorita.
―¿Es a mí? ―se revolvió―. Oiga, quíteme las manos de encima.
―Creo que lleva algo en la chaqueta. Algo por lo que debería pagar primero.
―No diga tonterías, no soy una ladrona y si me sigue tocando, gritaré y le pondré una denuncia. Mi padre es juez, para que lo sepa.
Martín presenciaba la escena, perplejo desde un rincón del establecimiento. El encargado despachó a los clientes que atendía y se acercó también.
―A ver, ¿puedo saber qué ocurre aquí?
―Quiero hablar con el jefe –exigió la chica con dureza.
―Yo soy el propietario. ―El anciano lucía unas gafitas redondas y una eterna sonrisa amable. A Martín le dio mucha pena; no se merecía que le robasen.
―Esta chica se lleva un objeto sin pagar –explicó el dependiente.
―¿Es eso cierto, muchachita?
―Por descontado que no. Ya me marchaba. Pero si este señor insiste en molestarme, pondré una queja y una reclamación y una…
―¿Le importaría mostrarme los bolsillos de su chaqueta?
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jueves, 17 de febrero de 2011.
Cerca de su casa, Martín disponía del mejor centro comercial de la ciudad. Aprovechaba cualquier encargo de su madre para pasar las horas muertas mirando el escaparate de la tienda de maquetas, junto a la relojería. Pero aquella tarde fue diferente: algo distinto y arrollador distrajo su atención al pasar cerca. Era una chica con un halo de extraordinaria familiaridad. ¿La conocía de antes? ¿De cuándo? Era morena, de pelo largo y rasgados ojos castaños. Y lo miró sonriente, antes de entrar en la relojería. Sin saber casi qué hacía, Martín siguió sus pasos. Se entretuvo trapicheando y observándola de reojo; lo suficiente para ver cómo se guardaba en el bolsillo un reloj de pulsera, se hacía la distraída y seguía paseándose como si nada.
Por segunda vez, con toda desfachatez, la chica desconocida se coló un reloj en el bolsillo. El encargado y los dos empleados andaban ocupados atendiendo a clientes de verdad, de los que vienen con intención de comprar; en realidad, nadie les prestaba a ellos la menor atención. Martín se quedó observando su desparpajo sorprendido, y ella cruzó una mirada tranquila e inocente, como si robar a dos manos fuera lo más normal del mundo.
Atravesó a tienda y se detuvo en las estanterías de los despertadores. Uno en especial, rosa chicle y con dos enormes campanas de alarma en la parte superior, debió llamar su atención, porque lo estuvo acariciando un buen rato. Luego con toda calma, se guardó el reloj entre los pliegues de la chaqueta y se dirigió a la puerta.
Pero uno de los empleados la retuvo por el hombro.
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¬―¿Bronca?
―Nada de eso. Laura es un encanto. Quería pedirme un favorcillo.
―¿Algún secreto? No hace falta que me lo cuentes. Mira estos. ―Abrió la carpeta―. Los hice durante la semana, ¿qué te parecen?
Martín trató de ser cortés y examinó los dibujos de Estela que seguían pareciéndole tan inteligibles como siempre. Pero se hacía tarde y no pudo evitar mirar el reloj un par de veces. La chica se dio cuenta del detalle.
―Vale, tienes que irte, no te entretengo.
―Mañana podemos hablar de tus pinturas ―prometió Martín corriendo por el pasillo. Ella asintió en silencio.
―Sí, claro. Mañana.
Ana entró justo por el lado opuesto del corredor. La encontró cabizbaja y sola.
―¿No te veías con Martín?
―Bueno, verás… ha tenido que irse.
―Es un chico tan aplicadito, seguro que va de recaditos a su madre ―se mofó Ana. No pareció darle demasiada importancia.
―Oye Ana… ¿en serio crees que le intereso? Porque yo creo que pasa y no sé si seguir insistiendo…
―¿Estás majara? Pues claro que le interesas, hazme caso. Es muy tímido, nunca se le ha visto con ninguna chica, no esperarás que se lance en plancha, ¿no?
La aplastante seguridad de Ana, no logró que Estela se confiase. Dijera su amiga lo que dijera, ella no lo veía tan claro. Y la verdad, no tenía intención de quedar en ridículo delante de toda su clase, babeando detrás de Martín. Ana le pasó un brazo por los hombros.
―Anímate, tonta. Vamos a tomarnos algo.
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CAPITULO 4 – LA LADRONA DE RELOJES

Habían pasado ya un par de semanas desde la fiesta de cumpleaños de Estela y la compañía de la chica se había vuelto algo insistente y pesada. A lo mejor, solo le dirigía la palabra en clase más a menudo, pero Martín se estaba agobiando. Y Lolo, en vez de apoyarlo, parecía esconderse en una esquina remota y pasar de él. Las miradas sibilinas que le echaba Ana, la íntima de Estela, le ponían los pelos de punta.
Aquella tarde, tras la clase de biología, Laura le hizo una seña y Martín se acercó a su mesa con el corazón tamborileando.
―¿Podría pedirte algo? Es un favor, no sé si…
―Claro que sí, Laura, lo que necesites.
―Es que… verás, mi sobrina Marta viene a vivir a casa. ―Se empujó las gafas hacia la punta de la nariz y una vez más, Martín pudo disfrutar de sus ojos negros e hipnóticos―. Me consta que eres un chico sensato, tranquilo… No es que te vaya a encargar que le hagas de canguro pero…
―¿Viene al instituto? ―Laura asintió con un cabeceo―. Bien, por mí, no hay problema. La recibiré y la incorporaré aunque yo precisamente… no tengo demasiados amigos.
―Bueno, debe ser porque no quieres. Te interesan otras cosas aparte de las relaciones sociales…
Martín se quitó de en medio antes de que Laura consiguiera ponerlo más nervioso todavía. Al salir de clase, Estela lo esperaba en el pasillo revisando unos dibujos. Fue verlo venir y se le iluminaron los grandes ojos azules.
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domingo, 13 de febrero de 2011.
―Hombre, por fin regresas. Has debido estar muy ocupado con Estela ahí dentro. ―Su tonito impertinente acaloró aún más al muchacho.
―No digas gilipolleces. Sólo quería enseñarme sus dibujos. Su hermano nos pilló juntos en un pasillo y se figuró sabediosqué. Nos ha chillado, levantado el puño… tío. Vámonos.
―¿Estás majara? Mira qué de chicas guapas. Ana ha venido y he hablado con ella dos minutos completos. ¡Dos! Nunca antes me había dirigido la palabra. Después de esta noche tendré sesenta amigos en Facebook. Bueno, vale que diecinueve estarán sin confirmar, pero…
―Yo me piro. Vine por ti y ya has visto lo que hay ―se empecinó Martín con las manos dentro de los bolsillos. Lolo soltó un taco por lo bajini.
―Y una mierda, se supone que veníamos porque te gustaba Estela, pero algo ha pasado ahí dentro y ahora te quieres largar. Vale, soy tu amigo y te seguiré. Pero tengo que ir al baño primero. Espérame aquí y no te marches.
Dentro de la casa, Lolo se las arregló para dar con el dormitorio de Estela y robarle una foto de la estantería. Rodeada por un precioso marco rosa, la chica de las rastas sonreía picarona guiñando un ojo. Lolo depositó un fugaz beso en el cristal y se la escondió dentro de la cazadora.
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