Suelo ser generosa con mi vida, mis recursos y mis afectos. No sé si siempre doy con la tecla, si lo consigo pero conste que al menos lo intento con la mejor voluntad que tengo. Esa que a veces guardamos en el baúl de la buhardilla y que sólo sacamos a relucir cuando de alcanzar una meta importante, se trata. Bueno, pues eso. A esa voluntad de magnífica calidad, es a la que me refiero. Ese talante generoso y derrochón, me lleva a abrir las puertas de mi casa con cierta alegría a cualquiera que llama. Sí, incluso a las almas descarriadas que llaman por llamar, por pasar el rato, porque se aburren, sin ninguna intención de ser buenos, ni de compartir, ni de enriquecer. Y hete aquí, que este fenómeno de red social que se ha dado en llamar Facebook, se equipara a la casa de cada uno, en forma de adosado coqueto llamado “perfil”. No sé si os habréis planteado que cuando aceptamos la amistad de un desconocido, lo estamos invitando al salón de nuestro domicilio, lo sentamos en el mejor sofá y le servimos té, para que él, a su vez, se sirva revisando nuestras intimidades con toda libertad. ¿Y qué ganamos a cambio? Bueno, algunos, no pedimos ni esperamos nada, salvo respeto. Veo y leo a muchos compañeros que juegan en el mismo equipo; vaya, que piensan igual que yo. Pero también leo los comentarios que algunos “amargados de la vida”, se permiten dejar en sus muros. Pero ¿qué se han creído? ¿Con qué derecho critican sin conocer? ¿Por qué a cada comentario del anfitrión hay un metepatas que la fastidia con una bordería que ni siquiera viene a cuento? A ver cuándo se percatan, estos adoradores de la grosería, del sarcasmo barato, que se pueden meter su infelicidad por donde les quepa (si es que les cabe) y que los imbéciles que encima son cobardes y se parapetan tras un teclado en la seguridad de sus casas para insultar, faltar el respeto y ningunear a los que amablemente les han invitado a pasar, NO SON BIENVENIDOS.
Ánimo amiga. Y pasa de ellos!!