CAPITULO 1: EL NACIMIENTO

jueves, 10 de febrero de 2011.

El sol empezaba a marcharse y las dos mujeres seguían hablando. Se habían caído bien desde el principio, rematadamente bien en su incómoda situación de embarazadas en fase terminal. Compartieron unas risas más y un zumo de melocotón que una de ellas, la rubia, le había robado al carro de la enfermera.
―Entonces, un niño.
―Un niño. Estamos muy contentos. Y vosotros, una niña. ―La mujer morena asintió-. ¿Para cuándo?
―Me temo que no antes de mañana, dice el doctor que me tocará pasar la noche en vela, lo de esta tarde no ha sido más que una falsa alarma.
―Yo en cambio, dudo que pase de esta noche. ―Se acarició protectora la enorme barriga―. Martín tiene muchas ganas de ver mundo.
―Señoritas, menos cháchara y a vuestras habitaciones. En breve serviremos la cena. –La enfermera llegó dando órdenes por el pasillo y las dos mujeres se despidieron resignadas.
―Si no te veo antes de mañana, que tengas mucha suerte, ya me contarás. No te marches sin despedirte –indicó la rubia. La morena asintió y entró en su cuarto.
Poco rato después de cenar, unos suaves golpecitos en la puerta, le hicieron mirar con asombro al caballero que entraba. Impecablemente vestido de oscuro, con chaleco a juego con el traje, bombín en la cabeza y bastón de puño de plata. Le sonrió sin emoción ninguna.
―¿Has decidido ya? ―preguntó tan solo. La mujer morena lo miró con ansiedad.
―Preferiría no tener que hacerlo.
―Bueno, no se trata de un derecho, es tu obligación, tu obligación como madre.
―Bien, entonces… ―vaciló-. Quiero que mi hija sea fuerte, poderosa. No cometeré con ella el mismo error que cometieron mis padres conmigo.
Pocos minutos después, el hombre de negro se deslizaba en la habitación de la otra mujer y mirándola fijamente a los ojos, repitió la misma pregunta:
-¿Has decidido ya?
―Sí, no tengo la menor duda. Siempre supe lo que diría cuando llegase este momento. Quiero que mi hijo sea… un ángel.
Con los deberes hechos y una mueca de satisfacción en su extraño rostro, el hombre del bombín salió al pasillo, se acercó a la ventana al fondo del corredor y sacó una calculadora del bolsillo. Apretó un par de botones y a continuación, se esfumó en el aire. Esa noche nacerían dos criaturas: un niño ángel y una niña demonio.

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