domingo, 20 de febrero de 2011.
―Un instante, señorita.
―¿Es a mí? ―se revolvió―. Oiga, quíteme las manos de encima.
―Creo que lleva algo en la chaqueta. Algo por lo que debería pagar primero.
―No diga tonterías, no soy una ladrona y si me sigue tocando, gritaré y le pondré una denuncia. Mi padre es juez, para que lo sepa.
Martín presenciaba la escena, perplejo desde un rincón del establecimiento. El encargado despachó a los clientes que atendía y se acercó también.
―A ver, ¿puedo saber qué ocurre aquí?
―Quiero hablar con el jefe –exigió la chica con dureza.
―Yo soy el propietario. ―El anciano lucía unas gafitas redondas y una eterna sonrisa amable. A Martín le dio mucha pena; no se merecía que le robasen.
―Esta chica se lleva un objeto sin pagar –explicó el dependiente.
―¿Es eso cierto, muchachita?
―Por descontado que no. Ya me marchaba. Pero si este señor insiste en molestarme, pondré una queja y una reclamación y una…
―¿Le importaría mostrarme los bolsillos de su chaqueta?

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