domingo, 13 de febrero de 2011.

Martín lo miró sin perder el buen humor.
―¿En serio? ¿Como qué?
―Como abrir los ojos y darte cuenta de la cantidad de tías que tienes babeando alrededor. Macho, no le entras a ninguna, tampoco te dejas entrar. Todas tienen amigas, si no lo haces por ti, al menos deberías pensar en tu pobre amigo que no se come una rosca. Piensa por ejemplo… ―aprovechó la pausa para pegar otro mordisco al pan― en Ana. Ana Rosales.
―¿La rubia sosa?
―Qué rubia sosa ni qué ocho cuartos… la morena del pelo largo con unas pestañas de a metro. ¡Joder se sienta dos mesas más allá de la tuya y no te quita ojo! ¡Está buenísima! Y tiene una amiga que no está nada mal. Tú la invitas a salir a ella…
―Y casualmente, coincidimos los cuatro. ―A Martín le dio la risa. Lolo era un soñador incorregible.
―¿Qué tiene de gracioso? Tío, estoy harto de pasarme el fin de semana metidos en casa jugando con la consola.
―También hacemos otras cosas, no te quejes.
―Recuento: al WOW, vamos a la bolera y al billar. Punto. Cero tías, cero ligues. ¡Para morirse! Mi madre dice que no podría tener mejor amigo que tú, contigo no me meto en líos.
―¿Quién quiere líos?
―¡Emoción! ¡Vidilla, ya sabes! ¡Chicas, chicas, chicaaaaaaaaaaaaaas!
Martín apenas lo escuchaba. Laura se aproximaba a la zona deportiva, con ese andar elástico que la caracterizaba, como si no pisara el suelo. Tenía el cabello rizado y castaño y ocultaba sus hermosos ojos oscuros tras unas gafas. A Martín le chiflaba cuando preguntaba las lecciones en clase y se las apoyaba en la punta de la nariz. En esas ocasiones, le permitía disfrutar por unos segundos, de su magnética mirada.
―¿Martín? ―Lolo notó que su amigo volaba lejos. Giró la cabeza y vio a la profesora.
―Chicos… ―saludó ella al pasar. Martín se quedó prendido de su estela.
―Tío, no, no… no puede ser. ―Lolo se llevó las manos a la cabeza. Martín reaccionó tarde y nervioso-. ¿Te gusta?
―¿Quién?
―No te hagas el tonto. Ella, Laura. Estás chalado, tío, es una profesora…
―Tú deliras ―respondió Martín tratando de distraer el asunto.
―Nada de eso, he visto cómo la mirabas. No miras así a otras chicas.
―Eso será porque no me has visto cerca de… ―pensó con rapidez― de Estela.
―Estela ―repitió Lolo anonadado. Y a Martín le dio la impresión de que flotaba una chispa de dureza en su tono.
―Estela, sí. La amiga de Ana.
―Dices que Estela te gusta. ―Martín asintió―. Vale, este finde es su cumpleaños, nos dejaremos caer por su fiesta. Vas a tener ocasión de demostrármelo.
Lolo se enfrascó en la dura tarea de acabar el bocata. Martín supo que acababa de meterse en un buen lío: su amigo era de los que nunca se daban por vencidos.

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